Que a los gobiernos les gustaría tener leyes que impidieran las críticas a su gestión es una realidad demostrable y por eso puedo decirlo. Y más, fundados en las políticas actuales del “si no eres mi amigo, eres mi enemigo”. En la medida del talante democrático de cada país, se tiene (o no) más libertad de expresión. A mí, personalmente, me parece que la independencia que tenemos hoy en día es un efecto óptico como el arco iris, la aurora boreal o el saldo de mi cuenta del banco a final de mes. Vamos, que es un cuento chino. Por si no se han dado cuenta, esto es una opinión.
Pero lo que tampoco podemos hacer es usar ese derecho para agredir a los demás. Una cosa es expresar una impresión, aunque al que le moleste no la comparta y otra, muy distinta, que la empleemos para amedrentar o coaccionar a alguien. Decir “te voy a pegar un tiro, por ladrón” es un delito. Las amenazas están tipificadas en el Código Penal y hay que atenerse a las consecuencias antes de hacer públicas las intimidaciones.
Además, la libertad de expresión debe conllevar un grado de moralidad para poder gestionar una sociedad sana. Mentir no es ilegal, a menos que se haga en un juzgado, pero sí que es bastante indigno. Criticar es imprescindible en el juego democrático. No todos hacen las cosas bien y, para que cambien su actitud, habrá que recordárselo. Sin crítica no hay crecimiento. Nos estancaríamos. Gracias a que a alguien se lo ocurrió quejarse de que pesaba mucho transportar las piedras, a otro se le ocurrió inventar la rueda. Así funciona esto.
Para poder decir algo, hay que tener pruebas de la certeza de lo que publicamos. Si contamos algo que no es verdad estaríamos entrando en el terreno de la calumnia o la injuria. Y, a decir verdad, tampoco creo que debamos ampararnos en nuestro derecho a decir lo que queramos para desprestigiar la imagen de alguien de forma impúdica. Imagínense que esta semana, alguien, en alguna red social, dice que usted ha agredido a una anciana por la calle. Posiblemente pasaría un calvario debido al linchamiento social que producen este tipo de deleznables actos. Estoy seguro de que pensará que no hay derecho a que alguien pueda decir esas cosas de cualquiera y quedar impune. Pues eso mismo pasa con algunos artistas que, amprándose en que el arte debe ser libre, lo emplean para transgredir (y agredir) las leyes. Y no. No creo que todo valga. Poner un tuit, un post (que ahora se dicen así) o escribir una canción en el que se acuse al presidente del gobierno de ladrón, posiblemente sea cierto, pero si no tienes pruebas ni ha sido condenado en un juzgado, te expone a que acabes con tus huesos en el calabozo. Y ya, puestos a decir, me indigna sobremanera las difamaciones sistemáticas, en manera de bulos, para crear tendencias en la sociedad. Nunca aprobaré una mentira, aunque me la repitan cien veces.
De todas formas, creo que siempre he sido demasiado blando a la hora de hacer mis críticas, siempre empleando la forma constructivista. Pero entiendo a los que adelantan por el carril de la derecha y convierten sus censuras en fundamentalismo. Son sus maneras y hay que respetarlas. Pero, para que luego no acaben en la cárcel, les pediría que no conviertan la libertad en libertinaje y que no se salten la ley que está escrita para protegernos a todos, incluso a ellos.
Luis Alberto Serrano
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